miércoles, 22 de febrero de 2012

Una economía lenta para poner el planeta en forma

Ideas para alcanzar una prosperidad basada en el bienestar personal sin malgastar recursos | El economista Tim Jackson propone una economía ligera en el uso de recursos y materiales | "La crisis es también ecológica y tiene que ver con la disputa por los recursos" | 'Slow food', fitness y servicios personales dan más trabajo y generan menos CO2 | Negocios verdes, eficiencia energética y fuentes renovables conforman la otra macroeconomía

Medio ambiente | 19/02/2012 - 03:31h


El economista Tim Jackson propone una economía ligera en el uso de recursos y materiales 
El economista Tim Jackson propone una economía ligera en el uso de recursos y materiales Pedro Madueño

La conciencia del fin de la era del petróleo barato, las alertas por la sobreexplotación de los recursos y el cambio climático alimentan las propuestas de quienes abogan por redefinir el modelo económico y crear un nuevo concepto de prosperidad. Sanear la economía, salvar el planeta y ganar bienestar. Es la triple ecuación ¿Cómo? Hay que dejar de vincular el desarrollo con el derroche de materiales: dar un respiro al planeta; optar por servicios que dejen poca huella ecológica. Es la receta que busca poner a dieta laeconomía para tener un planeta en forma: consumolight de materiales, empleos bajos en CO2 y la apuesta por los servicios de la salud y personales.
Son muchos los economistas que cuestionan la lógica de un crecimiento económico infinito e ilimitado, un principio sobre el que gira obsesivamente el anhelo de la recuperación económica, y lo contraponen a los límites que imponen los sistemas naturales. Entre ellos, Tim Jackson, un economista inglés que trabaja en identificar el ADN de las crisis económicas cíclicas: la espiral que encadena endeudamiento, consumismo desaforado y nueva deuda como antesala de recortes y desaceleración. El círculo virtuoso de la economía duradera sólo se activará si se ponen en marcha iniciativas intensivas en empleo basadas en actividades o tecnologías que generen pocas emisiones de carbono y que configuren otro paradigma de bienestar (Prosperidad sin crecimiento, Icària Editorial).

“La crisis actual está relacionada con la crisis ecológica. Uno de los factores en la crisis desatada en el 2008 fue el aumento del precio de las materias primas como el petróleo”, declara a este diario. La economía tradicional no ve límites al crecimiento; y la ecología, sí.

“La expansión de China y las economías emergentes acelerará la demanda de combustibles fósiles, metales y minerales y reducirá la disponibilidad de recursos”, dice. “La consecuencia será el agravamiento de impactos ambientales: aumento de las emisiones de carbono, declive de la biodiversidad, deforestación, colapso de las pesquerías...”.

Jackson desentraña las ineficiencias del sistema económico, la paradoja de una competencia que al final genera paro, o la falaz eficiencia energética (lograr más riqueza con menos energía), cuyas bondades se dilapidan en un planeta más poblado y pautado con modelos opulentos. Ahorramos en iluminación eficiente pero, por contra, la ganancia ambiental la perdemos con vuelos baratos a todas partes.

La fugacidad de productos y bienes hace caer en picado su vida útil; y la deseada innovación como motor desfallece ante los endebles andamiajes de un edificio que “se asienta en la codicia consumista y el usar y tirar”. Por eso, imaginar una economía duradera y estable exige otro paradigma de prosperidad que se aleje de la oferta continua de bienes materiales y “del crecimiento devorador de recursos y enfermo de consumismo”.

“Si queremos una economía diferente, debemos hacer también inversiones diferentes en ámbitos fértiles y productivos, que son los relacionados con la crisis ecológica: la eficiencia de los recursos, la reducción del consumo de materiales, las nuevas infraestructuras de servicios públicos, la protección de los ecosistemas o la mejora del medio ambiente. Ahí debe centrarse la transición. Y debemos prepararnos para aplicar todo esto cuanto tengamos la oportunidad”, dice este profesor de la Universidad de Surrey, de Gran Bretaña, y que dirigió la Comisión para el Desarrollo Sostenible de este país (2004-2011).

El motor de la reactivación no tiene que ser el consumo. La semilla seguramente ya está actividades y servicios que no dependen del consumo de materiales. Y ya existen empresas centrados en el bienestar y en lo que él llama florecimiento humano: el ámbito de los servicios sociales y personales. El gen de la economía duradera está en los servicios a la comunidad: “Proyectos energéticos comunitarios, mercados de agricultores locales, cooperativas slow food, clubs deportivos, bibliotecas, centros comunitarios de salud y “fitness”, servicios locales de reparación y mantenimiento, talleres artesanales, música y teatro, habilidades diversas, y, quizá, hasta yoga, peluquería u horticultura”, relata. Es la economía Cenicienta, hasta ahora relegada, pero con la que “la gente alcanza mayor bienestar y plenitud que en la economía de supermercado materialista y sin tiempo”. Ciertos sectores de los servicios personales y sociales presentan la mitad de la intensidad media de carbono, dicen algunos estudios.

En paralelo, las inversiones se deben reenfocar, y centrarlas en “la eficiencia de los recursos, las energías renovables, las tecnologías limpias, la eficiencia energética, los negocios verdes, las tareas de adaptación al cambio climático, o la recuperación de ecosistemas o de humedales”.

“El crecimiento ya no nos asegura el bienestar; ni antes ni ahora; y ahora, menos con la crisis”, dice Federico Demaria, investigador sobre el decrecimiento del centro ICTA-UAB, quien rechaza también la idea de relanzar la economía del consumo, “con créditos que luego no podremos pagar”. “Hay que centrar la economía en las verdaderas necesidades de las personas y no en un consumo sin sentido, porque además en tiempos de crisis, la gente consume menos”, dice.

“La nueva economía ya está surgiendo, no hay que inventarlo todo. Los mercados de intercambio, las cooperativas de consumo agroecológico (con productos de proximidad, de temporada), la banca etica, las cooperativas para el usufructo de vivienda (Sostre Cívic), las cooperativas de energía renovable (Som Energia)…son algunos ejemplos”, añade. Ahora se necesitan las políticas correctas para fomentar y apoyar estos cambios, dice Demaria.

Otra fiscalidad: impuestos por la explotación y contaminar

Tanto Jackson como Demaria son partidarios de una fiscalidad que penalice el uso de los recursos naturales; que cree impuestos por contaminar y grave las emisiones de dióxido de carbono; pero que no gravite en torno al trabajo o el ahorro. Y todo ello sin descartar la opción de compartir el trabajo cuando no lo haya para todos.

“Hoy, debido a la fiscalidad, el trabajo es caro y los recursos baratos. Por eso, como tenemos una alta tasa de paro y unos recursos limitados (como demuestra el pico del petróleo), deberíamos cambiar la fiscalidad. Se deberían disminuir los impuestos por el trabajo y aumentar las tasas sobre recursos naturales y los capitales financieros). Con una transición gradual, podemos generar empleo y disminuir los impactos sobre el medio ambiente”, dice Federico Demaria.

Además esto nos permite prepararnos antes la escasez de los recursos. “La fiscalidad ambiental, por ejemplo, favorecería la reutilización, una actividad que es intensiva en trabajo, y utiliza pocos materiales”, agrega.

Para Demaria, los impuestos ecológicos deberían ser tanto para penalizar el consumo de recursos como de energía. Incluso, propone fijar una cuota de energía por individuo (al modo de una renta básica ciudadana), de manera que en función del consumo hay tramos más caros. “Es decir, quien más contamina, mas paga. Quien más consuma, mas paga. Así que obtenemos una fiscalidad progresiva en función del consumo, y no de la renta”, agrega. El objetivo es iniciar una transición ecológica para ser menos dependiente del carbón y el petróleo.

“Un empleo de calidad es fundamental. Las personas necesitan sentirse útiles. El estigma del desempleo hace disminuir el bienestar de las personas. Repartirlo es una necesidad porque no hay empleo para todos; y, segundo, porque queremos trabajar menos y dedicarnos más a otras actividades importantes: la familia, los amigos, la comunidad, el ocio, la actividad física…", agrega.

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